El norte no es como lo cuentan’, de Héctor Reyna Hernández: diario de un migrante que escribe para no rendirse

Hay libros que se leen, otros que se disfrutan, y algunos que se sienten como una conversación íntima, de esas que surgen en la cocina, con un café tibio y la mirada cansada pero sincera. El norte no es como lo cuentan, de Héctor Reyna Hernández, es uno de esos libros. No es una novela de ficción con tramas rebuscadas ni un ensayo político sobre migración: es el testimonio vital de un hombre que emigra a Estados Unidos buscando una vida mejor y descubre, muy pronto, que la realidad allá también duele, también pesa, también hiere.

El norte no es como lo cuentan', de Héctor Reyna Hernández: diario de un migrante que escribe para no rendirse
El norte no es como lo cuentan’, de Héctor Reyna Hernández: diario de un migrante que escribe para no rendirse

¿Y qué hace con ese dolor? Lo transforma en palabras.

Este libro está construido como un diario que recoge la cotidianidad de un migrante mexicano en tierras estadounidenses. No se trata de un héroe que triunfa con esfuerzo y consigue el sueño americano en dos capítulos. No. Héctor, el narrador, es humano. Se equivoca, se cansa, llora, se enoja, duda. Pero también ama, lucha, se ríe, insiste, aprende. Lo que más me impactó es cómo consigue mostrar todas esas emociones sin adornarlas, sin intentar quedar bien con nadie. Te habla directo, sin filtros ni poses.

Desde el inicio, te das cuenta de que esta es una historia escrita desde las entrañas. Héctor no se calla nada: ni el maltrato laboral, ni el miedo constante a ser deportado, ni las estafas, ni la soledad. Pero tampoco deja fuera la ternura de su vida familiar, el aprendizaje compartido con su esposa, los juegos con su hijo, la fuerza que encuentra en pequeños gestos cotidianos. Y ahí está la clave: El norte no es como lo cuentan es una historia de supervivencia emocional, no solo de supervivencia física.

La estructura del libro —organizado por fechas como si fuera un calendario íntimo del migrante— lo hace muy fácil de seguir. Cada capítulo es una pequeña cápsula de vida, un momento que podría parecer insignificante para otros, pero que en este contexto adquiere peso. Por ejemplo, una simple tarde en la lavandería, un día en el acuario o un turno de limpieza en un estadio se convierten en escenas cargadas de significado. Esos pasajes nos muestran que, para quienes viven en la cuerda floja, lo cotidiano también es épico.

Héctor escribe con honestidad desarmante. No se victimiza, pero tampoco disimula lo duro que es el camino. Hay capítulos que duelen, sobre todo cuando describe el miedo de dejar a su hijo al cuidado de personas casi desconocidas, la impotencia ante un despido injusto o la ansiedad que provoca no saber si vas a tener trabajo mañana. La incertidumbre es una sombra constante en su vida, y leerlo te hace más consciente de todas esas realidades que muchas veces se nos escapan desde la comodidad de nuestras rutinas.

Uno de los grandes méritos del libro es cómo nos habla del idioma. El inglés aparece como una frontera silenciosa que atraviesa todas las escenas: está presente en el trabajo, en la escuela, en la vida diaria. No saberlo bien es como caminar siempre descalzo sobre piedras. Pero aprenderlo también es un acto de resistencia. Héctor y su esposa se inscriben en clases, estudian juntos, se esfuerzan por entender ese mundo que les exige adaptarse sin tregua. Y en medio de todo eso, encuentran algo de esperanza.

Me parece admirable que Héctor no se limite a contar lo suyo. A través de los diálogos y las anécdotas, va dando voz a otros migrantes que también cargan con sus propios pesos: compañeros de trabajo que enfrentan el racismo, jóvenes que no entienden por qué sus familias los ven como billeteras andantes, personas que estudian sin parar para no sentirse inútiles. Así, el libro se vuelve coral: una suma de voces que comparten una misma lucha desde distintas trincheras.

En lo literario, puede que el estilo te parezca sencillo. No hay metáforas rebuscadas ni juegos de palabras elaborados. Pero esa sencillez no es un defecto: es parte de su fuerza. Escribir así, desde el corazón, con claridad y sin adornos innecesarios, tiene un mérito enorme. Además, hay momentos en los que la prosa brilla con una sensibilidad particular: una frase, una imagen, una reflexión que te sacude. A mí me pasó varias veces. Y creo que ahí está el gran logro del autor: hacerte sentir.

Además, el libro incluye fotografías reales que acompañan el relato. Esas imágenes no solo ilustran la historia, sino que la anclan en la realidad. Ver al autor con su familia, en sus lugares de trabajo, en los sitios que describe, genera una cercanía muy potente. Le pone rostro a esa voz que te ha estado hablando durante todo el libro. Y eso, en estos tiempos, vale oro.

¿A quién le recomendaría este libro? A cualquier persona que quiera mirar la migración desde una perspectiva honesta y humana. A quienes han vivido fuera y quieran verse reflejados. A quienes nunca se han ido, pero tienen la sensibilidad suficiente para escuchar. Y sobre todo, a los jóvenes, para que entiendan que emigrar no es un viaje turístico ni una solución mágica: es una decisión dura, muchas veces inevitable, que implica renunciar, aprender, resistir y reconstruirse una y otra vez.

El norte no es como lo cuentan es un libro que se queda contigo. Terminas de leer y te descubres pensando en lo que significa realmente «salir adelante». Te replanteas el valor del trabajo, de la familia, del lenguaje. Te das cuenta de que, a veces, tener una cama donde dormir, una comida caliente y alguien que te escuche ya es suficiente. Que hay luchas silenciosas que merecen ser contadas. Y que escribir también puede ser una forma de sanarse.

Gracias, Héctor, por compartir tu historia. Por recordarnos que la dignidad también se defiende con palabras. Y por enseñarnos que, aunque el norte no sea como lo cuentan, hay muchas maneras de resistir… y una de ellas es escribir.

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