VALLE DE LÁGRIMAS es una novela futurista disfrazada de túnica eclesiástica

¿Puede la crisis espiritual del siglo XIX explicar nuestra ansiedad actual? VALLE DE LÁGRIMAS es una novela futurista disfrazada de túnica eclesiástica

En el corazón de la Toscana, el alma humana viaja en el tiempo y llora. 🌒
Así comienza VALLE DE LÁGRIMAS, una novela que me atrapó como un espejo encantado: me vi reflejado en sus páginas, en sus suspiros, en sus silencios densos. No es solo una historia sobre vocaciones frustradas; es una mirada lúcida —y profundamente emocional— al desgarro humano de no saber quién se es ni hacia dónde se va. Una exploración retrofuturista del alma, vestida con ropajes del siglo XIX, pero con preguntas que nos revientan la conciencia hoy.

La novela de Lía Sayoni es un artefacto literario tan curioso como hipnótico. Lo primero que me deslumbró fue esa estructura en forma de abanico invertido, donde dos épocas se miran de reojo y se susurran secretos. Francesco Marchetti, el seminarista atrapado en 1813 entre la rigidez de su vocación religiosa y la brutal lucidez del amor prohibido, parece tener más en común con cualquier joven actual que con sus contemporáneos. Orazio Cipriani, el otro protagonista, también seminarista, pero en 1885, se convierte en el receptor de esta historia pasada —contada por un sacerdote anciano, el padre Mariano— y la reinterpreta desde una sensibilidad ya teñida por el desencanto moderno.

“El retrofuturismo emocional es más profundo que las máquinas voladoras”

«El futuro que el pasado soñó nunca fue inocente»
«Ser libre no es elegir, es no tener que mentir»

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Lo más alucinante de Valle de Lágrimas es que no habla del futuro como una promesa tecnológica, sino como un anhelo emocional. Aquí no hay engranajes ni vapor, ni dirigibles cruzando cielos victorianos. No. Aquí el retrofuturismo no es mecánico, es espiritual. ¿Cómo se soñaba el alma en 1813? ¿Qué pensaba un joven sacerdote al mirar por la ventana y preguntarse si el deber era realmente su camino? Esas preguntas son las mismas que se hace cualquier persona atrapada en una rutina vacía o en un matrimonio sin amor, dos siglos después.

Lía Sayoni, en lugar de darnos una novela de época con trajes bien planchados y frases ampulosas, nos ofrece una experiencia de arqueología emocional. Su escritura no se preocupa por reconstruir con exactitud un convento o una biblioteca monástica. Se interesa más por reconstruir el temblor interno de quien está a punto de tomar una decisión que cambiará su vida para siempre. Y lo hace desde un presente que también es pasado. O desde un pasado que ya contenía todas las preguntas del presente. Qué más da: en Sayoni, el tiempo es un vestido reversible.

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El pasado que mira al futuro, el futuro que interroga al pasado

Uno de los hallazgos más poderosos del libro es su estructura de “espejo narrativo”. Es decir, la historia de Francesco no solo se cuenta como un flashback, sino que se convierte en un prisma a través del cual Orazio —sucesor espiritual, casi su sombra— se examina a sí mismo. Hay algo profundamente freudiano en esto, pero sin la frialdad del análisis. Esto es más bien una sesión de espiritismo emocional: un alma llama a otra a través del tiempo y le pregunta “¿te atreverás tú a vivir lo que yo no pude?”

Ese juego de simetrías narrativas genera una inquietud muy actual. ¿Qué parte de nuestras decisiones son realmente nuestras y cuántas provienen de relatos heredados, de miedos transmitidos, de anhelos ajenos que supimos camuflar como propios?

La vocación como grillete y como mapa

Lo de «crisis vocacional» suena a frase de catequesis, a homilía perdida en un domingo cualquiera. Pero aquí, bajo la lupa de Sayoni, se convierte en una bomba de profundidad. En el siglo XIX, decir «no quiero ser sacerdote» no era solo un cambio de rumbo: era traicionar a la familia, escupir sobre siglos de linaje, renunciar al único camino considerado digno. Y eso —aunque hoy no queramos admitirlo— sigue ocurriendo. Las vocaciones no siempre son religiosas, pero los grilletes sí lo son: trabajo, pareja, rol social, expectativa, deber.

«Valle de Lágrimas» muestra que las opciones de vida del pasado eran menos, pero más intensas. Y en esa intensidad está su fuerza narrativa. Hoy, con todos los caminos abiertos, la angustia ha mutado: de claustrofobia vital a vértigo existencial. Ya no estamos encerrados… pero no sabemos dónde ir. Esa libertad difusa, líquida, que se disfraza de posibilidad infinita, también encierra su propio valle de lágrimas.

La Toscana como territorio del alma

Nada es casual en esta novela. Ambientarla en Montepulciano, ese enclave suspendido entre colinas y siglos, no es un capricho turístico. Es una declaración estética y emocional. La Toscana es aquí un estado del alma, un lugar que existe en la geografía tanto como en la memoria. Sayoni lo sabe y lo exprime con sutileza: sus descripciones no abusan del decorado, sino que lo transforman en atmósfera. Uno no “ve” la Toscana de 1885, la respira. Sabe a madera húmeda, a incienso, a vino viejo y a secretos no confesados.

Como se relata en esta reseña, la autora no cae en la trampa del historicismo frío. Practica más bien lo que algunos llaman neorrealismo emocional histórico, una corriente literaria que valora la fidelidad afectiva más que la documental. No importa tanto si el seminario tenía cuatro o cinco ventanas, sino cómo se sentía un seminarista al mirar por ellas, preguntándose si había algo más allá de la sotana.

Una novela disfrazada de documento, un documento disfrazado de espejo

¿Y si toda esta historia no fuera una ficción? ¿Y si «Valle de Lágrimas» fuera en realidad una confesión en clave? Algo así como una carta encontrada en una celda antigua. Porque así se siente: como una verdad rescatada del polvo. La narrativa encajada —ese viejo recurso de historia contada dentro de otra— funciona aquí como cámara de eco. Cada decisión de Francesco resuena en el pecho de Orazio, y, de paso, en el nuestro.

Hay una belleza seca, casi mística, en el estilo narrativo de Sayoni. Sin barroquismos ni lamentos, su prosa avanza con el ritmo de quien ya ha llorado lo suficiente como para no necesitar explicar cada lágrima.

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

El título, Valle de Lágrimas, no es solo una referencia bíblica. Es también un mapa emocional, una cartografía del alma humana cuando se enfrenta a ese silencio que sigue a la pregunta “¿y ahora qué hago con mi vida?”

Cuando lo vintage no es moda, sino necesidad

En una era en que los algoritmos nos dictan qué pensar y cómo amar, regresar a los dilemas de 1813 puede parecer exótico. Pero en realidad es profundamente terapéutico. Porque esas preguntas siguen ahí, agazapadas en nuestras decisiones diarias. Solo que ahora no tenemos a un padre Mariano que nos cuente una historia que nos salve. Por eso leer esta novela es casi un acto de fe: fe en que aún podemos aprender algo de lo que fuimos para entender lo que somos.

“Hay heridas que solo cicatrizan cuando las miras con ojos prestados del pasado”
“La vocación no es una respuesta, es una pregunta que no se rinde”

La novela de Sayoni, que puedes encontrar aquí, no se presenta como manifiesto ni tratado, sino como espejo. No impone respuestas, pero obliga a mirarse. Y en esa mirada a veces incómoda, a veces balsámica, reside su poder.

¿Y tú? ¿Qué harías si te contaras tu vida desde el futuro?

Tal vez por eso, cerrar el libro no significa terminarlo. Significa empezar a preguntarse si, como Francesco o como Orazio, estás viviendo la vida que otros eligieron para ti… o la que aún no te atreves a imaginar.

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