Hay ríos en el cielo. ¿Por que esta novela te hace fluir entre el Tigris y el Támesis?

Hay ríos en el cielo es un viaje que nunca termina ¿Puede una novela fluir como el Tigris y el Támesis?

Es un día cualquiera, podría ser hoy o podría ser hace mil años, y sin embargo algo fluye en el aire como si una corriente invisible nos arrastrara hacia el pasado. Hay ríos en el cielo me atrapa desde la primera página con la misma fuerza con la que el Tigris arrastró barro y sangre por las tierras de Mesopotamia. Aquí no hay tiempo lineal ni geografías inmóviles: Elif Shafak nos lleva de Nínive a Londres, del siglo VI antes de Cristo a nuestros días, con la naturalidad con la que una gota de agua se convierte en nube y vuelve a caer en otro continente.

Y yo, que abro este libro en silencio, me doy cuenta de que no es un libro cualquiera. Es un cauce. Es un río. Y como todo río, guarda memorias que nadie recuerda haberle confiado. Por eso no sorprende que Hay ríos en el cielo se haya convertido en uno de los títulos más comentados y vendidos de los últimos meses.

el rey que amaba los versos y los cuchillos

Hay una escena inicial que no se me borra de la cabeza: Asurbanipal, el gran rey asirio, poderoso y cruel, decide encender la hoguera donde arderá su viejo maestro. Un hombre que, paradójicamente, le enseñó el amor por la poesía y que ahora pagará con fuego su supuesta traición. El detalle es macabro y poético al mismo tiempo: la poesía puede salvarnos o condenarnos, depende de quién sostenga el cuchillo.

Este mismo monarca levanta en Nínive una de las bibliotecas más grandes del mundo antiguo. Colecciona tablillas de arcilla como otros coleccionaban ciudades arrasadas. Y entre ellas, sobrevive la Epopeya de Gilgamesh, ese poema que huele a barro y eternidad, que nos recuerda que ningún hombre, por muy rey que sea, puede escapar de la muerte.

El imperio cae, la biblioteca se entierra bajo siglos de polvo, pero la palabra sobrevive. Es irónico y hermoso: mientras los cuerpos se hacen ceniza, las palabras flotan como madera sobre el río.

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“El agua guarda lo que el fuego devora.”

tres destinos enlazados por una gota

La novela de Shafak no es un relato único, sino tres. Tres personajes marginales, desplazados en sus propias épocas, que se tocan sin saberlo a través de una gota que viaja siglos y continentes. Es un recurso tan sencillo como brillante: el agua, siempre presente, siempre renovada, es la memoria que no necesita escribas.

Uno de ellos mira los ríos como espejos, otro los teme como fronteras, otro los recorre sin darse cuenta de que son su destino. Y todos terminan atrapados en la misma corriente invisible que conecta el Tigris con el Támesis.

El agua aquí no es escenario, es protagonista. A veces acaricia, otras golpea, siempre recuerda. Como si Elif Shafak quisiera advertirnos: los ríos saben más de nosotros que nosotros mismos. Y es justamente esa premisa la que convierte a Hay ríos en el cielo en una experiencia literaria que trasciende lo meramente narrativo.

la crítica se rinde sin condiciones

No es frecuente que un libro reciba elogios tan unánimes y, sin embargo, esta novela lo consigue. Mary Beard la define como extraordinaria e inolvidable, Ian McEwan insiste en que su voz es única, Leila Slimani dice que es ágil como un torrente y profunda como un océano. Nicola Sturgeon confiesa que la novela hace llorar, pensar, rabiar y tener esperanza. Y hasta The New York Times subraya su final conmovedor.

Lo curioso es que estas alabanzas no parecen exageradas cuando uno lee. El libro no solo entretiene, también se impone como un espejo: nos obliga a mirarnos en el reflejo del agua, aunque no nos guste lo que veamos.

“Un libro no se lee, se navega.”

Por eso tantos críticos lo recomiendan, y por eso tantos lectores lo adquieren ya a través de la edición Kindle disponible en Amazon.

el oficio de narrar como brújula y como marea

La autora no aparece de la nada. Elif Shafak carga con una trayectoria que suena a leyenda moderna. Veinte libros, trece novelas, traducida a cincuenta y siete lenguas, profesora en Oxford, premiada con distinciones que otros escritores solo sueñan. Sus obras anteriores, como La bastarda de Estambul, Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo o La isla del árbol perdido, ya la habían situado en ese espacio extraño donde la literatura no solo se lee, sino que se respira.

Lo que la distingue es su manera de escribir con brújula y con marea al mismo tiempo. Parece tener un mapa secreto de las emociones humanas, pero también se deja arrastrar por la corriente. Y eso, créanme, se nota en cada página de Hay ríos en el cielo.

los ríos como archivos secretos

Mientras avanzo por las páginas me asalta una pregunta incómoda: ¿y si el agua es el verdadero archivo de la humanidad? Los hombres escribimos en piedra, papel o pantallas, pero el agua lo escucha todo y lo repite eternamente. La misma gota que hoy se posa en mi ventana pudo haber tocado la frente de un soldado asirio hace tres mil años.

Ese pensamiento inquietante atraviesa toda la novela: el agua como memoria, el agua como juez. Shafak convierte la lluvia en metáfora y el río en narrador. Y de pronto descubro que ya no leo solo un relato, estoy navegando dentro de un enigma.

Un proverbio se me aparece como epígrafe secreto:

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.”

El agua, paciente, no olvida. Los hombres, en cambio, olvidamos demasiado rápido.

ecos de epopeya en tiempos modernos

La fuerza de esta novela está también en su ambición. No se conforma con contar una historia íntima, sino que la entrelaza con la historia universal. El eco de Gilgamesh resuena en cada página: la búsqueda de la inmortalidad, la amistad como salvación, la certeza de que somos apenas un suspiro en medio de un río inmenso.

Shafak nos recuerda que las historias antiguas no se apagan, simplemente cambian de cauce. Y mientras leo, siento que la literatura no es más que eso: un río que arrastra voces, que mezcla épocas, que nunca deja de fluir.

la sensación al cerrar el libro

Al terminar, cierro el Kindle y tengo la impresión de que no he cerrado nada. La novela sigue ahí, latiendo como un cauce subterráneo. Sus personajes ya no son solo de ella, también son míos. Y los ríos que menciona, el Tigris y el Támesis, se han convertido en símbolos personales, casi familiares.

Pienso entonces en lo que decía Colum McCann al hablar de la novela: “extraordinaria, fresca y catártica, como la lluvia que resuena en el tejado metálico de nuestras vidas”. Sí, quizá sea eso. Una lluvia que golpea fuerte, pero que al final nos deja renovados.

Y si aún no has abierto este cauce, lo tienes al alcance de un clic: descubre aquí Hay ríos en el cielo en Kindle.

preguntas que no se apagan

¿Somos acaso solo ríos disfrazados de hombres? ¿Cuántos secretos se lleva cada gota que cae sobre nuestra piel? ¿Qué memoria guardan los mares, qué relatos esconden las nubes?

Shafak no responde. Nos deja con la incómoda certeza de que el agua recuerda más que nosotros. Y quizá esa sea la verdadera fuerza de su novela: no es un libro que se agote, sino un río que seguirá fluyendo mucho después de haberlo leído.

“Lo que el hombre olvida, el agua lo repite.”

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