La herida que sangra en voz alta se llama ADIÓS, PEQUEÑO

¿Quién teme decir Adiós, pequeño sin romperse por dentro? La herida que sangra en voz alta se llama ADIÓS, PEQUEÑO

Adiós, pequeño es una confesión que late entre líneas, un susurro prolongado que se escucha mejor en silencio 🎧.

Hay libros que se leen, y otros que se viven. Adiós, pequeño, de Máximo Huerta, es de esos que se instalan en el alma como una mudanza que nunca termina.

Un libro que no solo se escucha —porque en Audible lo narra el propio autor con una ternura que da escalofríos— sino que se respira. Escrito con la precisión de un cirujano y la sensibilidad de quien ha amado más de lo que ha sido amado, este relato es una cicatriz abierta con forma de memoria. No hay vuelta atrás una vez que entras. Y tampoco querrás salir.


Todo comienza con un mazazo emocional que no necesita rodeos: “Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido.”

Esa frase no se lee. Te la lanzan. Como un dardo sin advertencia, como esas verdades que a veces solo nos decimos en voz baja cuando ya no queda nadie cerca. Y así empieza este recorrido por la biografía emocional de un hijo que cuida a su madre enferma mientras repasa, fragmento a fragmento, las ruinas —y los tesoros ocultos— de su infancia.

Hay una perrita, sí. Se llama Leo y está ahí como una guardiana peluda de los momentos donde la ternura parece un lujo. Leo representa eso que no falla cuando todo lo demás tambalea. Y si crees que eso es solo un detalle tierno, es porque no has leído el libro. O no lo has escuchado en voz de Máximo. Porque cuando él dice “Leo”, parece que estuviera acariciándola.

811nH5Q BKL. SL1500

La España que aún huele a lejía y recuerdos sin decir

La historia está anclada en una España que todavía huele a cocina con baldosas frías, a televisión en blanco y negro y a esas frases de madre que resumen toda una filosofía vital: “Quien bien te quiere te hará llorar”. Buñol y Utiel no son solo escenarios: son dos tiempos distintos de la misma herida. El presente de la enfermedad, el pasado del abandono. La decadencia del cuerpo, la nostalgia de lo que pudo haber sido. Máximo Huerta no solo recuerda. Reescribe lo vivido. Intenta, sin éxito pero con belleza, comprender lo incomprensible: por qué los que más deberían querernos, a veces son los que más daño nos hacen sin quererlo. O peor: queriéndolo un poco.

«Lo más difícil no es perdonar a los demás. Es perdonar el cariño mal dado.«

El autor es experto en eso que tan poco se nombra pero tanto se siente: la culpa heredada. Esa que uno arrastra como una herencia sin testamento. En su novela, los silencios hablan y los objetos tienen memoria. Una bata vieja puede decir más que mil cartas. Un gesto fugaz, más que toda una conversación.


Cuando la voz del autor rompe las reglas del audiolibro

En Audible, donde el audiolibro está disponible narrado por él mismo, Huerta se convierte en el guía perfecto de su propio laberinto emocional.

Hay algo profundamente íntimo en escuchar su voz quebrarse en ciertas frases. Como si cada palabra fuera una confesión que nos entrega sin condiciones. Eso no se actúa. Eso se siente. Y ahí está el truco del audiolibro: no es solo una lectura, es una interpretación de su propio dolor, con pausas exactas y un tono que no necesita más efectos especiales.

Claro que es triste. Pero también bello. Es introspectivo, sí. Pero también profundamente humano. Y si alguien te dice que es demasiado nostálgico, es porque probablemente no ha tenido el valor de sentarse a mirar sus propios fantasmas a la cara.


“El pasado no se supera. Solo se aprende a convivir con él.”

Adiós, pequeño ha sido celebrado por la crítica y el público. Algunos lo acusan de ser excesivamente melancólico. Yo diría que es honestamente melancólico. Hay una gran diferencia. Porque aquí no hay poses ni dramatismos de escaparate: hay una verdad que se arrastra desde la infancia y que apenas ahora se puede decir sin temblar. El dolor no se sublima, se abraza. Como se abraza a una madre que no supo quererte como querías, pero lo intentó como pudo.

Y aún así, hay ternura. Hay detalles mínimos —una cucharada de arroz, una toalla doblada, un gesto torpe— que convierten a esta novela en una especie de altar laico al afecto disfuncional.


Para los que coleccionan cicatrices con olor a retro

Este libro no es para todos. Y eso es una buena noticia. Es para quienes saben que la infancia no termina nunca. Que la memoria es caprichosa, sí, pero también justa a su manera. Que la nostalgia no es debilidad, sino una forma de resistencia. Para los que guardan cartas en cajones que ya nadie abre. Para quienes crecieron entre madres que no sabían decir “te quiero” pero lo cocinaban en cada lenteja.

«Algunas madres aman con miedo. Y los hijos crecen con hambre de amor no dicho.»

El lector vintage, el que saborea los textos como si fueran caramelos de anís, va a encontrar en este libro un festín de sensaciones. Aquí la memoria no se narra: se mastica. Es una novela sensorial, escrita con el mismo cuidado que se pone al doblar una sábana bordada de los años 70. Y el audiolibro no es un extra: es la mejor manera de entrar en esta historia.


“Lo que no se dice se queda viviendo entre los muebles”

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

En un panorama literario saturado de egos disfrazados de personajes, Huerta se la juega a pecho descubierto. No hay escudos ni disfraces. Es él, con su madre, su pueblo, su perrita y su necesidad de entenderse. El Premio de Novela Fernando Lara 2022 no fue un galardón casual: fue una confirmación de que aún hay sitio para la literatura que no necesita artificios para conmover.


“Los silencios también tienen voz. Y a veces gritan más que las palabras.”

Adiós, pequeño es un libro para leer despacio, para pausar el audiolibro y respirar. Para volver atrás y subrayar. Para llorar un poco y sonreír después. Es una historia que, aunque no sea la tuya, te habla como si lo fuera. Porque todos, en algún momento, hemos querido decir adiós sin saber cómo. Y todos, en algún punto, seguimos siendo ese “pequeño” que busca el abrazo que no llegó.


¿Y si el dolor no fuera un enemigo, sino un espejo?

¿Te has preguntado alguna vez qué parte de tu infancia sigues repitiendo en tus relaciones? ¿O qué frases de tu madre sigues diciendo aunque juraste que nunca lo harías? Tal vez este libro no tenga todas las respuestas, pero tiene las preguntas justas. Las que duelen. Las que sanan. Las que, como decía aquel viejo bolero, “no se pueden callar”.

¿Y tú? ¿Te has atrevido ya a decir tu propio adiós, pequeño?

19 / 100 Puntuación SEO

Si quieres un post patrocinado en mis webs, un publirreportaje, un banner o cualquier otra presencia publicitaria puedes escribirme con tu propuesta a johnnyzuri@hotmail.com

Deja una respuesta

Previous Story

IMÁGENES EN UN CUENTO: SUEÑO, de Kat Menschik

Next Story

CARTA DE UNA DESCONOCIDA y el amor que no sabe morir

Latest from NOTICIAS