¿Qué nos revela Paul Auster sobre la soledad?

¿Qué nos revela Paul Auster sobre la soledad?

Un viaje entre la memoria, el retrato familiar y el eco de la ausencia

Estamos en septiembre de 2025, en Nueva York, y vuelvo a abrir un libro que no es del todo nuevo, pero que conserva intacta su fuerza: La invención de la soledad. Lo curioso es que, pese a que Paul Auster ocupa desde hace años un lugar privilegiado en mi biblioteca, este título había quedado escondido, casi como esas fotografías que uno guarda en una caja y olvida hasta que un día tropieza con ellas. El resultado: un retrato crudo y sorprendente de lo que significa mirar a un padre, buscarlo en la memoria y, al mismo tiempo, enfrentarse al propio espejo.

El propio título ya nos sugiere que aquí no hay aventuras policíacas ni giros de guion: hay un hombre con su cuaderno, un hijo que quiere entender a un padre que parecía no estar del todo presente. La soledad, esa palabra que en Auster siempre funciona como columna vertebral, aparece aquí en estado puro. Y lo hace de dos maneras distintas, casi como si fueran dos libros en uno.

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El retrato de un hombre invisible: ¿cómo se escribe la ausencia?

En la primera parte, Auster arranca con la noticia de la muerte de su padre. Nada heroico, nada cinematográfico: un teléfono, una frase, y de golpe la certeza de que si no escribe, lo perderá para siempre. Ese padre, trabajador hasta la obsesión, obsesionado con ganar dinero pero sin disfrutarlo, se convierte en un fantasma. No en el sentido melodramático, sino en algo más frío: un hombre que parece no haber habitado su propia vida.

Auster lo define como un “hombre invisible”. Y uno se pregunta: ¿qué significa ser invisible dentro de tu propia familia? El escritor admite que nunca dejó de buscarlo, que de niño y de adulto trató de encontrar un rastro, un gesto, una emoción. Pero lo que hallaba era un silencio espeso.

La ironía surge cuando cuenta que, pese a su solvencia económica, su padre parecía un pobre: guardaba cada centavo con la idea de que tener dinero significaba estar protegido del mundo. Una especie de parapeto contra el dolor. El hijo poeta, sin embargo, resultaba para él un enigma incómodo: ¿para qué escribir versos si se podía tener un empleo estable?

“Era invisible para los demás, y probablemente también para sí mismo”, escribe Auster. Una frase que golpea porque resume algo que todos tememos: pasar por la vida sin realmente estar.


Una familia marcada por un disparo

El relato se oscurece aún más cuando aparece la figura de la abuela. Auster recuerda que fue ella quien, en un arranque, mató al abuelo de un tiro, alegando malos tratos. El tribunal la declaró inocente, pero el eco de esa violencia quedó incrustado en la infancia del escritor. Como si no fuera suficiente, un hermano del muerto intentó vengarse disparando también contra ella. Una historia que parece salida de una novela negra, pero que era su propio árbol genealógico.

Ese episodio no es un adorno. Explica muchas sombras de Auster, esa manera de mirar la vida siempre desde un filo entre lo real y lo incomprensible.


El libro de la memoria: azar, historia y espejos

La segunda parte cambia el tono. Ya no es el padre el centro, sino un mosaico de recuerdos, personajes y reflexiones. Aquí aparece el Auster más reconocible, el de los juegos con el azar, los cruces improbables, la historia mundial entrelazada con la biografía personal.

Se pasea por la ocupación nazi, recuerda a Anna Frank, especula con la tercera guerra mundial. Pero también se detiene en un muñeco de madera: Pinocho. Y lo compara sin piedad. La versión de Collodi, dura y áspera, contra la dulcificada de Disney. El paralelismo no es casual: para Auster, la vida real es más cercana a la del niño de madera que sufre y se equivoca, no al personaje sonriente de la factoría del ratón.

Van Gogh aparece también, junto con las historias infinitas de Las mil y una noches. Es un viaje de asociaciones libres que mezcla historia, literatura y confesión personal. No hay hilo cronológico perfecto, pero sí un hilo emocional: la búsqueda de sentido en medio de la soledad.


¿Libro menor o confesión mayor?

Algunos críticos han dicho que La invención de la soledad es un libro menor dentro de la carrera de Auster. Y quizá tengan razón si se compara con su Trilogía de Nueva York o con novelas más conocidas. Pero reducirlo a eso sería injusto: aquí está la semilla de todo lo demás. El hijo que observa al padre distante, el azar como motor, el peso de la memoria, la certeza de que escribir es la única forma de salvar algo del olvido.

Yo lo leo como una confesión incómoda, de esas que no se enseñan en público, pero que explican por qué el autor escribe como escribe. Si uno quiere comprender el origen de Auster, tiene que pasar por aquí.


“La soledad es un espejo que nunca miente”


Johnny Zuri

«Un padre invisible es peor que un padre ausente. El primero te obliga a inventarlo cada día.»


Ecos y resonancias: lo que queda después de leer

Leer este libro es como abrir una puerta que lleva a dos habitaciones distintas. En la primera, la del padre, hay polvo, silencio y una figura que se escapa siempre. En la segunda, la del recuerdo y la memoria, todo vibra con historias, conexiones y símbolos. Juntas forman una radiografía brutal de lo que significa ser hijo, ser padre y, sobre todo, ser humano.

No es un libro de respuestas fáciles, sino de preguntas que se quedan rondando:

  • ¿Hasta qué punto heredamos la soledad de nuestros padres?

  • ¿Es posible escribir para salvar a alguien del olvido?

  • ¿O la escritura solo nos salva a nosotros mismos?

En cualquier caso, Auster logra algo que pocos escritores consiguen: hacernos mirar nuestra propia familia y sentir ese cosquilleo incómodo de reconocer que también nosotros hemos tenido padres invisibles, silencios que pesan más que las palabras, y recuerdos que nunca terminamos de ordenar.

Y eso, aunque lo llamen “libro menor”, es lo que convierte a La invención de la soledad en un texto imprescindible.

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