A orillas de la suerte es más que un disparo certero en el desierto

¿Puede un cómic western ser una joya literaria contemporánea? A orillas de la suerte es más que un disparo certero en el desierto

A orillas de la suerte es un nombre que no suena como un disparo, pero retumba como un eco largo en mitad de un cañón polvoriento. Y en ese eco se esconden las decisiones que uno toma cuando no queda más remedio que mirar a la cara a la vida… o a la muerte. Joan Mundet, con su trazo firme y su mirada curtida por décadas de tinta, vuelve a meter el dedo en la herida del western —ese género que parecía olvidado— y lo hace con una heroína que no quiere ser heroína, un desierto que parece tener ojos, y un misterio que sabe a whisky añejo y sangre seca.

La primera vez que escuché hablar de Rita Candela pensé que era un nombre sacado de una copla antigua o de algún saloon del cine de Sergio Leone. Pero no. Es más dura que eso. Es carne y hueso, contradicción pura, y Joan Mundet la hace caminar por Jiloca Pass como quien arrastra una cadena invisible. Ya la habíamos visto de reojo en Bajo el cielo de acero, pero aquí —aquí— se roba la historia con la misma facilidad con la que se roba un caballo sin ensillar.

“El que cabalga solo decide por sí mismo, pero también se enfrenta solo a sus fantasmas”.
¿Quién dijo que el western estaba muerto?

Rita20candela20el20rincon20del20taradete20joan20mundet202rita20candela20a20orillas203rita20candela201rita20candela20a20orillas204rita20candela20a20orillas

El western que se cuela entre las grietas del alma

Dicen que el western es un género de otro tiempo. Que huele a pólvora y a machismo. Que solo vive en los videoclubes muertos y en los cines que ya cerraron. Pero también dicen que el desierto no perdona y que el alma humana sigue siendo un campo de batalla. Y eso es justo lo que Joan Mundet parece recordarnos con cada página de este cómic que Cartem Cómics ha vestido con tapa dura, 184 páginas a color y ese olor a libro recién nacido que tanto se agradece.

La historia gira —como todo buen western— alrededor de un lugar polvoriento, olvidado por los mapas: Jiloca Pass. Allí, Rita vive con su tío Vince, un tipo tan rudo como el banco de madera donde se sienta cada tarde a escupir tabaco. Entre los dos hay tensiones no dichas, silencios que pesan más que cualquier discurso. Y de pronto aparece Alma Stolker, una mujer misteriosa, con pasado de novela negra y ojos que parecen saberlo todo. Se convierte en una suerte de mentora, pero también en una bomba de relojería. Porque sí, en A orillas de la suerte todo personaje carga con sus secretos como si fueran dinamita.

Pero también hay traiciones. También hay dilemas. Y lo que empieza como una historia de paso de barcas se convierte en una odisea ética donde Rita tendrá que decidir si quiere ser la dueña de su vida o simplemente una pieza más del juego. La narrativa no tiene prisa, como esos trenes que tardan horas en llegar. Pero cuando llega la acción —¡ah, amigo!— se desata como una estampida de bisontes: asaltos, tiroteos, huidas. Todo medido, todo contado con la precisión de quien ha vivido mucho y ha leído más.

Rita Candela y el arte de mirar sin parpadear

“Hay miradas que disparan antes que las balas.”

Lo que hace Mundet con el dibujo es digno de estudio. Su estilo no es efectista, no quiere deslumbrar con fuegos artificiales. Prefiere la profundidad. Elige los silencios. Sabe cuándo usar un primer plano para apretar la garganta y cuándo abrir el plano como una herida en el paisaje. Los interiores, oscuros, llenos de humo y secretos, contrastan con los exteriores luminosos del desierto, donde el horizonte parece una promesa… o una trampa. El ritmo narrativo baila entre lo poético y lo brutal, como si John Ford se hubiera tomado un vino con Cormac McCarthy.

Hay páginas que no se leen: se respiran. Y otras que no se entienden del todo hasta que uno vuelve a ellas con la calma de quien repasa una pesadilla recurrente. Y eso, en el mundo del cómic actual —tan rápido, tan visual, tan ruidoso—, es casi un milagro. Pero también un riesgo.

Porque claro, esta obra no es para todos. Quien busque fuegos artificiales, chistes fáciles o superhéroes con mallas se sentirá fuera de lugar. Aquí no hay capas. Hay cicatrices. No hay gadgets. Hay puñales. Y no hay finales felices. Hay justicia, que es otra cosa. Más fría. Más cruda.

Joan Mundet, el viejo pistolero que nunca dejó de dibujar

Joan Mundet no necesita presentación, pero la merece. Empezó a ilustrar cuando los lápices aún se sacaban con cuchilla. Lo conocen por sus colaboraciones en las novelas del Capitán Alatriste y por la saga de Capablanca. Pero este western —esta especie de obra crepuscular— lo muestra más libre, más salvaje, más dueño de su tinta. Ha encontrado en el cómic una forma de poesía sucia, con olor a cuero y a tormenta. Y uno no puede evitar preguntarse si A orillas de la suerte es su testamento o su renacimiento.

Porque sí, hay algo crepuscular aquí. Como si el autor, ya con el pulso domado por los años, decidiera volver a cabalgar por un género que parecía moribundo y le diera una nueva vida, sin gritarlo, sin aspavientos. Solo con talento. Solo con oficio.

“El desierto no perdona. Pero tampoco olvida.”

No puedo cerrar esta crónica sin hablar de la edición. Cartem Cómics ha hecho un trabajo impecable. La tapa dura, el papel de calidad, las entrevistas ficticias incluidas como extra —que juegan con la cuarta pared y aportan una dimensión lúdica y original— son el broche de oro de una obra que se siente completa, redonda. Sí, cuesta más de lo que algunos están dispuestos a pagar. Pero lo bueno nunca fue barato, y lo inolvidable siempre pide un poco más.

“A veces, el precio de una historia no está en la portada, sino en lo que te deja dentro.”

¿Y si el futuro del cómic está en mirar hacia atrás?

Puede que los géneros clásicos tengan más fuerza de la que queremos admitir. Que el western, con su olor a cuero, polvo y silencio, sea el espejo más honesto de nuestra condición humana. Y que autores como Joan Mundet estén ahí para recordárnoslo, con un lápiz afilado como una navaja y una voz que no necesita gritar para hacerse oír.

Rita Candela no es una heroína. Es un espejo. Uno que tal vez no queremos mirar, pero que no podemos evitar. Porque todos —de alguna manera— tenemos nuestro propio Jiloca Pass.

¿Y tú? ¿Te atreverías a cruzarlo a pie, sin mirar atrás?

19 / 100 Puntuación SEO

Si quieres un post patrocinado en mis webs, un publirreportaje, un banner o cualquier otra presencia publicitaria puedes escribirme con tu propuesta a johnnyzuri@hotmail.com

Deja una respuesta

Previous Story

Más de 300 premios y un cine innovador: la obra de Antonio Bellido pide ser vista

Next Story

El mundo que forjamos no es solo magia, es una advertencia

Latest from NOTICIAS