Recuerdo a toda mi familia contarme este cuento los siete cabritillos cuando era pequeño. A mi y a mi hermana. La más empeñada era mi abuela Felisa. Nos lo contaba siempre y sobre todo cuando bajaba un momento a comprar alguna cosilla a la tienda de comestibles de Tony. Le interesaba que nos metiera en el coco bien, a fuego, la moraleja. Luego subía con dos barras de pan cateto, mortadela de aceitunas para merendar y una botella de dos litros de Konga, que nos volvía locos.
TE CUENTO LOS SIETE CABRITILLOS – Decía mi abuela Felisa…
¡Tan! ¡Tan! Abrid, hijitos míos, que soy vuestra madre. Y los cabritillos, aleccionados por la abuelita le decían “Enséñanos la patita, nuestra abuelita nos ha dicho que no nos fiemos de nadie”. El lobo levantaba la pata y los cabritos al verla decían: -No. No te vamos a abrir. Tienes la pata negra y nuestra madre la tiene blanca. Eres el lobo. No nos engañas, cabrito, nos quieres comer y no somos tontos, anda, que te zurzan, vete con viento fresco. (esto último yo creo que se lo inventaba mi abuela, y no venía en el original).
El lobo se iba colérico, como alma que lleva el diablo. Se iba al molino metía la pata en un saco de harina y volvía a casa de los cabritillos. ¡Tan! ¡Tan¡ Abrid hijos míos, que soy vuestra madre. Los cabritillos otra vez, erre que erre: Enséñanos primero la pata. Pero no os cuento más, que si no ya no lo leéis, si es que no os lo sabéis ya, cosa bastante probable, porque este cuento de los siete cabritillos es de lo más popular e internacional. Yo creo que hay cabritillos y lobos por todo el mundo.
TE CUENTO LOS SIETE CABRITILLOS – Por supuesto que lo importante es la moraleja.
El cuento nos enseñaba a los niños que había peligros enormes más allá de las puertas de las casas seguras de nuestros padres y abuelos, y que no debíamos abrir a nadie que no estuviéramos seguros de que eran ellos. Nos aleccionaba en la obediencia y a fiarnos de que lo que nuestros mayores nos decían era siempre por nuestro bien y seguridad.
Nos cuenta lo que les ocurre a los cabritillos por no haber obedecido a su madre y con esto apunta otros valores esenciales como la prudencia y la responsabilidad. Esta historia sirve para hacer comprender a los peques que han de ser prudentes con las personas que no conocen. Y les recuerda asimismo que las cosas que afirmen o bien hagan traen siempre una serie de consecuencias que tendrán que aceptar. De ahí la relevancia de obrar siempre bien.