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EL CONTRABAJO, de Patrick Süskind.

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EL CONTRABAJO
EL CONTRABAJO, de Patrick Süskind.

Estamos ante la confesión de este individuo que es el tercer contrabajo de la orquesta nacional. Hay alguien más en su departamento, en ese sitio que ha insonorizado para no tener problemas con los vecinos durante sus ensayos regulares. Ese alguien adicional no sabemos quién es y es lo que menos importa, quizás somos nosotros (obviamente lo somos).
El instrumentista quiere que escuchemos algo, sus criterios, el valor que le da al contrabajo por ser la base de toda composición y concierto, al tiempo que pasa desapercibido para todos. De ahí en adelante, con ese mismo flujo de conciencia de la improvisación, que va de un sitio a otro (no importa si se pierde al leerlo, en realidad), lo que atestiguamos es el conflicto alrededor de la música y lo que es capaz de conseguir. Nuestro personaje sabe mucho, explica todo con claridad, utiliza los términos profesionales para cada cosa que ejecuta y en ocasiones los explica si es que no quedan claros en el contexto. Habla de compositores, de sus trabajos, de sus vidas y de lo que consiguieron, sus pasiones y logros. Se contrapone a ellos, los coloca en el terreno de lo humano para ser parte de ese espacio también. Habla de la pasión, de una soprano que es su objeto de fijación, de las normativas que hay que seguir y que le impiden acercarse a ella… y poco a poco llegamos al meollo.

Süskind no toca el contrabajo, pero sí el piano. La misma percusión metódica y rítmica que hay cuando se golpean las teclas para crear una historia ante la página. Desde ese punto y esa evidencia uno puede obtener muchos detalles de lo que esta historia nos quiere decir, porque hay mucho de la creación, y del creador castrado. “Por naturaleza soy moderado. Sólo me vuelvo impulsivo cuando pienso”, confiesa en algún momento nuestro personaje, y esta pista es básica porque él está preso de una estructura clara, una cárcel de partituras y normas que cumplir y no puede salir de eso. Y la dificultad de esa prisión se manifiesta cuando necesita el afecto de esa mujer y todo, hasta el contrabajo, se convierte en un impedimento. El texto de Süskind es sobre alguien que quiere salir, que quiere encontrar la forma, quizás la fuerza para romper la camisa de fuerza, que extrañamente está representada en la misma música que él dice adorar. “Porque la música es algo humano, que está por encima de la política y de la historia contemporánea. Algo que pertenece a la humanidad en general, diría yo, un elemento constitutivo innato del alma y el espíritu humanos”, confiesa en otro punto.

Y este intento de escape, de encontrar la manera de llegar a la soprano, Sarah, es lo que construye esta obra de amor y de desesperación. El músico, ese que toca el contrabajo, el que ama la música y su posición, quiere salir de ahí y está decidido a romper todo, porque el deseo es más fuerte y porque, tal como dijo alguna vez Goethe: “La música está tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz de dar razón”. Y el hombre del contrabajo lucha por romper la razón y eso no puede ser un mayor homenaje al sonido.

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