El mundo que forjamos no es solo magia, es una advertencia ¿Y si tu ciudad tuviera alma y quisiera hablar contigo?
La ciudad está viva. Eso lo descubrí con una novela entre las manos y la sospecha, medio broma medio verdad, de que ciertos lugares nos escogen. “El mundo que forjamos”, la esperada conclusión de la bilogía Las Ciudades Grandiosas de N.K. Jemisin, llegó a mí no como una historia más de fantasía urbana, sino como una patada en el estómago con sabor a alquitrán, jazz, rabia y esperanza.
Sí, la ciudad está viva, y no es una frase bonita: lo está de verdad. Tiene avatares. Tiene enemigos. Tiene alianzas que suenan imposibles. Y lo más inquietante de todo: puede morir. ¿Te imaginas que tu ciudad necesitara salvar el mundo y tú fueras su voz? ¿Y si la lucha por su alma fuera también la lucha por la tuya?
Me enganché a esta historia en medio de un atasco existencial, de esos que parecen eternos. No sé si fue por las noticias, por la rutina o por esa maldita sensación de que todo se repite y nada cambia. Y entonces apareció Jemisin. Mejor dicho: irrumpió. Como una voz antigua y al mismo tiempo totalmente nueva. Como si Octavia Butler se hubiera tomado un café con Neil Gaiman y hubieran decidido escribir una novela mientras el metro de Nueva York rugía debajo de ellos.
“Un grito de alegría, rehabilitación y guerra al mismo tiempo”, dice The New York Times, y no puedo más que asentir. No porque sea un eslogan pegajoso, sino porque eso es exactamente lo que sentí leyendo “El mundo que forjamos”: una mezcla de gozo y guerra, de belleza y brutalidad. Una carta de amor escrita con puños.
El alma secreta de la Gran Manzana
Nueva York tiene seis avatares. No uno. Seis. Cada uno encarna un barrio, una energía, una historia. Brooklyn es una mujer negra que escupe versos como si fueran balas. Bronca es arte, rabia, piel dura. Venezia representa la historia enterrada que se niega a desaparecer. Manny es la juventud que no sabe quién es pero lo quiere averiguar a toda costa. Padmini, la matemática imposible que convierte fórmulas en portales. Y Neek… bueno, Neek es el Bronx, pero también el eco de lo que vendrá.
Cuando Jemisin nos habla de estos personajes no está creando superhéroes. Está invocando espíritus. Ellos no salvan el mundo porque sí. Lo hacen porque si no, el mundo desaparece. Porque si no lo hacen ellos, nadie lo hará. Porque hay una amenaza que no lleva capa ni lanza, sino traje de campaña y sonrisa política.
Ese es el verdadero enemigo. El que promete orden y devuelve cenizas. El que habla de tradición mientras privatiza la memoria. El que embellece las aceras para expulsar a quienes las caminan.
Pero también está la Mujer de Blanco. Y su poder es más sutil, más envolvente. No necesita gritar para aterrorizar. Solo necesita susurrar lo suficiente. Lo justo. Para dividir, para enfriar, para hacer que dudes. ¿De ti? Sí. ¿De tu ciudad? También.
“Tan cruda y vibrante como la ciudad de la que habla”, apunta Library Journal. Y es que la obra no es solo ambientada en Nueva York.
Es Nueva York hecha novela, hecha carne.
Es la basura en las esquinas, el jazz en Harlem, el humo de los carritos de comida, el miedo a subir al metro por la noche, pero también el orgullo de pertenecer a un lugar que te hace más fuerte incluso cuando intenta devorarte.
Lo mejor —y lo más doloroso— es que esto no es solo fantasía. Es metáfora. Es espejo. Es advertencia. Porque detrás del Enemigo con E mayúscula hay algo muy real: la tentación del poder que lo devora todo, incluso el alma de las ciudades. Y eso no se detiene en Nueva York. Se extiende. A Los Ángeles. A Lagos. A São Paulo. A Madrid.
Porque cada ciudad tiene su propia batalla.
Magia urbana, mitología moderna y otras formas de resistencia
Lo dije antes: Jemisin no escribe sobre magia. O no solo. Escribe sobre resistencia. Sobre identidad. Sobre lo que queda cuando todo lo demás se ha derrumbado. Y sobre cómo reconstruirlo sin perder lo esencial. Su prosa es poética y afilada, como un graffiti en la pared del sistema. Uno de esos que no puedes dejar de mirar aunque te incomode.
La bilogía empezó con La ciudad que nació grandiosa, y ya ahí la autora nos dejó claro que esto no iba de mundos inventados, sino de verdades camufladas. En esta segunda entrega, El mundo que forjamos, la apuesta sube: más ciudades, más alianzas, más riesgos. No solo está en juego Nueva York. Está en juego el concepto mismo de ciudad como hogar, como cuerpo colectivo, como espacio donde lo diferente no se elimina, sino que se celebra.
¿Es casual que esto se publique en abril, el mes de los libros? Para nada. Esto es un manifiesto camuflado de novela. Un recordatorio de que leer también puede ser una forma de decir basta. De entender que lo fantástico puede ser más real que las noticias de la mañana.
La literatura especulativa no está muerta. Está evolucionando.
Jemisin ha ganado tres veces el Premio Hugo. Consecutivas. Y con razón. Pero más allá de los premios, lo que importa es cómo ha logrado ampliar los límites del género sin caer en las fórmulas de siempre. Su fantasía no es escapismo, es trinchera. Su ciencia ficción no habla del futuro lejano, habla del ahora disfrazado de luego.
“Rabiosa, poética e intransigente”, escribió Kirkus Reviews, y me encantaría tener esas tres palabras tatuadas en la frente. Porque son todo lo que esta novela representa. Y todo lo que muchos intentan evitar.
No hay complacencia aquí. Hay preguntas. Hay dudas. Hay momentos de belleza brutal que te hacen detenerte, cerrar el libro, mirar por la ventana y preguntarte si tu barrio tiene avatar. Si tú lo eres, sin saberlo.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
“No basta con vivir en una ciudad. Hay que defenderla de sí misma.”
La edición española, traducida por David Tejera Expósito y publicada por Nova, llega con 384 páginas de pura electricidad narrativa. Es una traducción sensible, precisa, que respeta el pulso del original sin domesticarlo. Un trabajo de alquimia más que de lenguaje. Como quien traduce un hechizo, no solo una frase.
Y sí, está en tapa blanda. Pero no te dejes engañar. Esto pesa. Esto duele. Esto importa.
“El enemigo no es un monstruo. Es una idea con traje de alcalde.”
¿Y ahora qué? ¿Te atreverás a leerla? ¿Te atreverás a mirar tu ciudad con otros ojos, como si tuviera corazón y estuviera latiendo solo para ti? Porque eso es lo que logra El mundo que forjamos: hacerte sentir que perteneces a algo más grande. Algo que merece ser defendido. No con espadas, ni con hechizos. Con memoria. Con comunidad. Con magia, sí. Pero también con humanidad.
Y si tu ciudad pudiera hablar, ¿qué te diría esta noche?