¿Quién teme al alma de Nueva York?
El mundo que forjamos es más real que el nuestro
El mundo que forjamos no es solo un libro; es una advertencia disfrazada de epopeya, un conjuro escrito con rabia elegante y magia urbana.
Es la respuesta de N.K. Jemisin a una pregunta que nadie se atrevió a hacer en voz alta: ¿qué pasaría si las ciudades tuvieran alma… y decidieran defenderse? 🌆✨
Hace tiempo, mientras leía la primera entrega de la bilogía «Las Ciudades Grandiosas», sentí que alguien me había tirado de la camisa desde una grieta en el asfalto. Me asomé, claro. Y lo que vi fue una Nueva York viva, respirando, luchando. Ahora, en esta segunda parte, “El mundo que forjamos”, la grieta ya no es una rendija: es una boca abierta que grita. Y no grita sola. Grita en lenguas, en ritmos de metro subterráneo y en grafitis que lloran. Porque Jemisin no escribe libros. Convoca espíritus.
Una ciudad con miedo y dientes afilados
Nueva York, esa criatura mitológica de acero, humo y promesas rotas, ya no es solo escenario. Es protagonista, aliada y víctima. Y en este mundo que forjamos (porque todos somos cómplices, incluso sin querer), la ciudad se enfrenta a un Enemigo que ya no necesita monstruos ni ejércitos: le basta con discursos vacíos, promesas envenenadas y candidatos a la alcaldía que huelen a telediario y a infierno corporativo. “Ley y orden” suena mucho más siniestro cuando lo susurra un dios antiguo que lleva corbata.
Pero también hay esperanza. Jemisin se la juega con una premisa poderosa: los avatares de la ciudad —personas convertidas en símbolos vivientes de los cinco distritos— no son héroes con capa, sino humanos con heridas. Bronx no necesita volar. Brooklyn no lanza rayos. Manhattan no tiene visión de rayos X. Tienen algo más poderoso: historias, acentos, cicatrices. Y es eso lo que el Enemigo odia más.
“La ciudad no duerme porque sueña con las luces encendidas”
Esa frase no está en el libro, pero bien podría. Jemisin tiene un don: hace que la fantasía no se sienta como una fuga de la realidad, sino como una prolongación lógica de lo que ya vivimos. Si la gentrificación tuviera un ejército, este libro lo describe. Si la xenofobia fuera un ser cósmico disfrazado de campaña política, aquí tiene nombre propio. Y si alguna vez pensaste que tu barrio estaba desapareciendo poco a poco, como si alguien lo estuviera borrando con una goma gigante, aquí descubrirás que no era metáfora. Era literal.
La Mujer de Blanco, esa fuerza que intentó devorar la ciudad en el primer libro, vuelve como sombra persistente, como amenaza latente, pero el auténtico peligro ahora viene con sonrisa de político.
Lo más aterrador de “El mundo que forjamos” es que no puedes dejar de ver paralelismos con nuestro mundo, aunque reces porque no sea así.
Es como mirar un reflejo borroso en el metro: no sabes si ves tu cara o la de un monstruo disfrazado de ciudadano modelo.
Magia, mitología y un toque de jazz infernal
¿Recuerdas cuando la fantasía se limitaba a elfos, dragones y castillos? Jemisin la sacó del armario de Tolkien, la embadurnó de neón, graffiti y cumbia, y la soltó por las calles del Bronx. Aquí hay mitología, sí, pero no la que te enseñaron en la escuela. Hay dioses que se alimentan del Wi-Fi, criaturas que se esconden en las grietas del asfalto y batallas libradas en consejos vecinales. Porque el poder no solo reside en los hechizos, sino en quién controla el relato.
Y hablando de relatos: el estilo de Jemisin es un asalto sensorial. Su prosa es rabiosa, poética e intransigente, como lo describió Kirkus Reviews. No hay concesiones. Hay ritmo, vértigo, a veces confusión, como si la autora quisiera que te perdieras un momento solo para que luego encuentres algo más grande que tú mismo. Una frase suya puede pasar de la ternura a la furia en tres líneas, como un saxofón en medio de una manifestación.
“No hay lugar para los tibios en una ciudad que arde”
Este libro no es para indecisos. No es para quienes leen por costumbre o por moda. Es para quienes han sentido que su barrio ya no les pertenece, para quienes han llorado frente a una noticia sin saber por qué, para quienes saben que las ciudades también sufren, también gritan, también se vengan.
“El mundo que forjamos” es un manifiesto de resistencia disfrazado de novela fantástica.
Pero también es un poema de amor. Porque Jemisin ama su ciudad, incluso cuando la retrata como un monstruo herido. La ama en su caos, en su ruido, en su diversidad incontrolable. La ama porque la conoce. Porque la ha vivido. Y eso se nota en cada línea.
“Una de las obras de fantasía más potentes y emocionantes de la actualidad”
Así lo dijo Booklist, y no exageran. La bilogía de “Las Ciudades Grandiosas” no solo es una historia de avatares y batallas cósmicas, es un espejo oscuro que nos obliga a preguntarnos qué ciudades estamos construyendo con cada silencio, con cada desalojo, con cada aplauso equivocado.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
Jemisin, con esta obra, no solo crea un universo. Lo destruye para mostrar lo que había debajo: un latido, una voz, una advertencia.
¿Y si el próximo avatar de tu ciudad fueras tú?
Esa es la pregunta que me hizo cerrar el Kindle con un escalofrío. Porque después de leer “El mundo que forjamos”, no puedes volver a caminar por tu barrio sin escuchar los susurros de las paredes, los lamentos del asfalto, las canciones olvidadas que aún flotan en los tendederos.
Y entonces, cuando nadie te ve, te sorprendes murmurando: “Yo soy parte de esta ciudad. Y esta ciudad… también es parte de mí.”
¿Te atreverías a luchar por ella si cobrara vida esta noche? ¿O te esconderías tras la comodidad del escepticismo? Porque, amigo, el enemigo ya está aquí. Solo espera que no mires.