¿Puede una vida común contener todas las LECCIONES del siglo? LECCIONES de un mundo en ruinas que no deja de enseñar
La novela «Lecciones» es un espejo roto donde cada fragmento refleja tanto la vida cotidiana como la historia mundial. Un hombre común atrapado en los pliegues del tiempo, una infancia convertida en cicatriz, y una sociedad que no deja de colapsar, una y otra vez. Todo eso —y más— está aquí. Y, sin embargo, esta no es una historia de héroes ni de mártires, sino de personas que tropiezan con sus propias memorias, tratando de entender qué fue lo que se rompió primero: el mundo o ellos mismos. Así es Lecciones, la última y brutalmente íntima novela de Ian McEwan, una obra que no se conforma con narrar: quiere dejar marca, hacer que el lector se detenga, dude, se incomode… y siga leyendo.
Hace tiempo que los grandes relatos dejaron de pertenecer únicamente a los grandes personajes. Hoy, la historia mundial se filtra por debajo de la puerta de nuestras casas como un humo invisible, implacable. ¿Quién no ha sentido que su rutina ha sido invadida por catástrofes que no pidió, por decisiones tomadas a miles de kilómetros? McEwan parece entender esto mejor que nadie. En «Lecciones», el contexto político global no es un telón de fondo; es una presencia constante, una sombra que se desliza por la infancia, por los primeros amores, por la paternidad asumida en soledad. Desde la Guerra Fría hasta Chernobyl, desde el deshielo ideológico hasta la pandemia, todo cabe en la vida de Roland Baines, pero nada encaja del todo.
La infancia como detonador retrofuturista
“El pasado no pasa, solo cambia de disfraz”. Esa frase me vino a la cabeza al leer el inicio de la novela. Un joven Roland, en la Inglaterra de los internados, cae bajo la influencia ambigua de una profesora de piano. No hay melodrama. No hay sensacionalismo. Pero sí hay ambigüedad emocional, esa que se adhiere como polvo fino y que, con los años, uno descubre que nunca fue solo polvo: era plomo.
La maestra —la figura del mentor o guía, ese arquetipo clásico en la literatura existencial— aparece aquí como el inicio de todo. Pero también, como el desvío. Porque en muchas novelas retrofuturistas o de corte literario existencial, esa figura suele representar una promesa de sentido… que al final termina arrastrándote al abismo. McEwan no propone redención, sino memoria. Y esa memoria es caprichosa, más parecida a un laberinto de espejos que a una línea de tiempo coherente.
Memoria, trauma y el truco sucio del tiempo
“Recordar no es revivir, es reescribir”. No sé si lo dijo alguien famoso o simplemente lo pensé mientras avanzaba por las páginas de esta novela. Pero si algún autor entiende esto, es Ian McEwan. En Lecciones, la memoria personal no es una postal del pasado, sino un filtro que tiñe todos los días por venir. Hay momentos en que Roland parece más un arqueólogo de sus propias emociones que un hombre viviendo en el presente.
Aquí es donde la novela se convierte en algo más grande que una simple narración psicológica. Porque McEwan no habla solo del dolor individual, sino de cómo ese dolor se entrelaza con el derrumbe del mundo. Como si el alma humana no pudiera separarse del trauma colectivo. Como si nuestros temores más íntimos llevaran en su ADN un código escrito en Chernobyl, Berlín, o Wuhan.
Cuando la historia mundial se cuela por la ventana de tu cuarto
¿Y qué pasa cuando el mundo cambia mientras tú intentas dormir? Esa es otra gran pregunta que deja flotando esta novela. La respuesta, como casi todo en McEwan, no llega fácil. Pero se intuye. En el abandono de la esposa, en la crianza improvisada, en el cuerpo que envejece sin haber entendido del todo qué fue la juventud. Cada decisión en la vida de Roland es también una respuesta a algo que ocurre más allá: un cambio de régimen, una nueva crisis, un virus que obliga a replantearlo todo.
«El cuerpo vive en el presente, pero la mente está hecha de pasados múltiples». Esta frase se me quedó grabada. Quizá porque resume la esencia de la novela. En Roland hay algo que no termina de sanar, no solo por lo que vivió, sino porque el mundo no deja de repetir el trauma, una y otra vez, con máscaras distintas.
El abandono como herencia emocional del futuro
Podríamos decir que Lecciones es una novela sobre el abandono. Pero no solo el abandono familiar, sino el abandono como gesto filosófico: abandonar ideas, ideales, amores, certidumbres. Roland es abandonado por su esposa. Sí. Pero también abandona muchas cosas él mismo: aspiraciones, pasiones, ilusiones de una vida que nunca llegó. Este enfoque conecta con otras novelas actuales, como Shuggie Bain, donde el peso del entorno asfixia cualquier intento de redención; o Somebody’s Daughter, donde el amor filial se convierte en una geografía emocional que hay que cartografiar con cuidado.
Pero también, y esto es importante, McEwan nos muestra que no todo abandono es fracaso. A veces, dejar ir es una forma de resistencia. A veces, criar a un hijo sin red, sin mapa, es la única manera de seguir adelante.
El realismo literario como espejo deformante
Una de las cosas que más admiro de esta novela es su capacidad para trabajar con el realismo literario sin caer en la trampa de lo predecible. McEwan logra que la vida común —trabajos mediocres, relaciones confusas, rutinas grises— parezca el escenario perfecto para hablar de los grandes dilemas humanos. Y es que no hacen falta campos de batalla para librar guerras morales. Basta una cocina, una carta sin abrir, un recuerdo que aparece sin permiso.
Aquí no hay héroes, ni siquiera antihéroes. Hay personas. Personas que cargan sus vidas como si fueran maletas sin ruedas. A veces se detienen. A veces siguen. Pero siempre, siempre, con esa mezcla de culpa, esperanza y desorientación que tan bien conocemos los que intentamos ser adultos en medio del naufragio permanente.
Filosofía, historia y la trampa de la madurez
Hay algo casi socrático en la forma en que McEwan plantea la vida de Roland. Como si la novela entera fuera una gran pregunta sin respuesta. ¿Qué significa madurar? ¿Dejar de culpar al pasado? ¿Aprender a vivir con él? ¿O simplemente aceptarlo como un compañero silencioso que se sienta a la mesa cada mañana?
En este sentido, la obra bebe de una larga tradición literaria. Desde Proust hasta Bergson, pasando por la memoria colectiva de Halbwachs, Lecciones se inscribe en esa corriente que entiende la memoria como una construcción activa, no pasiva. «No recordamos lo que pasó, sino lo que decidimos que pasó», parece decirnos McEwan, y eso tiene implicaciones tanto éticas como políticas. Porque recordar es también elegir, y elegir implica responsabilidad.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
“Somos lo que recordamos… y lo que decidimos olvidar.” (Frase anónima de sabiduría dolorosa)
Una novela para quienes ya no creen en certezas
En definitiva, Lecciones es una obra incómoda, hermosa, necesaria. Una historia que no busca complacer, sino incomodar. Una invitación a mirar hacia atrás no para glorificar el pasado, sino para entender cuánto pesa en cada paso que damos hoy. Es un libro para lectores valientes, de esos que no buscan finales felices sino preguntas bien formuladas.
Porque al final, ¿no es eso lo que hace buena literatura? Plantarnos frente a un espejo y preguntarnos: “¿Y tú, qué harías si fueras Roland Baines?”. O peor aún: “¿Y si ya lo eres, y no te habías dado cuenta?”.
«Lecciones» es más que una novela. Es un mapa de lo que duele. Y de lo que, pese a todo, nos permite seguir caminando.
¿Somos dueños de nuestra vida, o simples pasajeros en la historia de otros?
¿Qué cicatrices estamos heredando sin darnos cuenta?
¿Y cuántas decisiones tomamos pensando que eran nuestras, cuando eran solo ecos de un mundo más grande que nosotros?