Enrique Valdivieso: el sabio que convirtió el arte en amistad
Hay personas que marcan una época, no por sus títulos ni por sus méritos académicos, sino por la forma en que entrelazan conocimiento y humanidad. Enrique Valdivieso fue uno de esos nombres que no solo descifraron la historia del arte, sino que la vivieron con pasión, generosidad y un talento excepcional para compartirla. En su Sevilla eterna, entre iglesias centenarias y la huella imborrable de Zurbarán, dejó una impronta que trasciende la academia y se adentra en lo más profundo del recuerdo de quienes lo conocieron.
Odile Delenda, historiadora del arte francesa y especialista en Zurbarán, no solo compartió con él una relación profesional, sino una amistad tejida durante cuatro décadas. La suya no fue solo la historia de un catedrático y una investigadora, sino la de un hombre que hizo del conocimiento un puente para la cercanía y del arte, un idioma común entre culturas.
Origen: Historia de una amistad, en recuerdo de Enrique Valdivieso – ARS Magazine
Una amistad nacida entre lienzos y conventos
El primer encuentro de Delenda con Valdivieso tuvo lugar en la Sevilla de los años 80, cuando la historiadora preparaba junto a Jeannine Baticle la memorable exposición monográfica de Zurbarán en Nueva York y París. Aquel joven profesor, ya una referencia en la pintura sevillana del Siglo de Oro, se convirtió en su guía y su anfitrión en una ciudad que conocía como la palma de su mano. No era solo un erudito; era un narrador, alguien capaz de devolver la vida a cada cuadro con sus palabras.
Su casa en Mateos Gago, con su atmósfera histórica y su hospitalidad sin artificios, se convirtió en un refugio para los estudiosos del arte. No era solo un hogar; era una pequeña embajada de la pintura sevillana. Y entre esas paredes se tejió una amistad que trascendía lo profesional, con almuerzos familiares, conversaciones interminables y un intercambio de saberes que enriquecía a ambas partes.
Zurbarán como lazo inquebrantable
El destino quiso que fuera Zurbarán el eje de esta amistad. Enrique Valdivieso fue uno de los grandes expertos en la obra del pintor extremeño, y su ayuda fue crucial para que Delenda pudiera separar con precisión la mano del maestro de la de sus discípulos. Un trabajo minucioso, de bisturí más que de pincel, que requería no solo conocimiento, sino un fino instinto para discernir la autoría en cada trazo.
En 1998, en el centenario del nacimiento de Zurbarán, Valdivieso y Delenda compartieron conferencias, exposiciones y debates que consolidaron una relación de respeto mutuo. Diez años después, en 2008, la historiadora lo invitó a su casa en Francia para revisar juntos todos los cuadros de sus volúmenes sobre el pintor. Fueron días de trabajo, pero también de risas y complicidad. Porque Enrique no solo era un sabio, sino alguien con una ironía fina, capaz de hacer de la más ardua discusión una experiencia amena.
La Sevilla de Valdivieso: un museo vivo
Hablar de Enrique Valdivieso es hablar de Sevilla. La ciudad que lo vio enseñar y descubrir tesoros escondidos en iglesias y conventos. Tenía la llave de lugares que pocos conocían, no solo por su erudición, sino porque su trato afable le abría puertas que el tiempo parecía haber cerrado.
No solo estudiaba los cuadros, sino que los ubicaba en su contexto, comprendiendo la devoción y el encargo detrás de cada pincelada. Era un explorador del pasado, un arqueólogo de historias atrapadas en retablos y lienzos polvorientos. Y cuando acompañaba a sus amigos en estos recorridos, lo hacía con la pasión de quien no solo enseña, sino de quien invita a compartir un hallazgo.
Un adiós agridulce en Semana Santa
La última vez que Delenda vio a Enrique y a su esposa, Carmen, fue en la Semana Santa de 2024. Sevilla, la ciudad que fue testigo de su sabiduría, se convirtió también en el escenario de su despedida. Su partida, repentina y dolorosa, deja un vacío que no puede llenarse con fechas ni homenajes, porque su legado no está solo en los libros ni en las conferencias, sino en la memoria de quienes tuvieron la suerte de aprender de él.
Queda la certeza de que su amor por el arte y su forma generosa de compartirlo no se perderán. Porque los verdaderos maestros no solo dejan conocimientos, sino formas de mirar el mundo. Y cada vez que alguien se detenga ante un Zurbarán con la intención de descifrar su luz, sin saberlo, estará honrando la labor de Enrique Valdivieso.
Adiós, maestro. Que descanses en paz, rodeado de las mismas obras que tanto amaste.