La última jugada: cuando la muerte reparte las cartas y la moralidad es solo una apuesta
La vida es una partida de póquer. Eso lo sabemos todos. A veces se gana, a veces se pierde, y muchas otras solo se sobrevive, esperando la siguiente mano con la esperanza de que venga cargada de ases. Pero, ¿qué pasa cuando la apuesta no es dinero, sino tiempo? ¿Qué harías si te sentaras en una mesa donde cada ficha representa días, meses o incluso años de tu vida?
Eso es exactamente lo que Fernando Trujillo Sanz plantea en La última jugada, un relato corto que tiene la precisión de un bisturí y la frialdad de una lápida recién tallada.
En menos de cien páginas, el autor te arrastra a una sala de juego donde la Muerte no viste túnica negra ni empuña una guadaña: es una niña inquietante, con sombra invertida y un perro espectral llamado Zeta. Y lo peor no es su presencia, sino lo que revela sobre los jugadores.
Las reglas están claras: quien gana, vive. Quien pierde, se apaga.
Cuatro almas con pecados a cuestas se sientan en la mesa:
- Álvaro, un cirujano que deja una operación a medias por jugarse su destino.
- Judith, una joven que parece frágil, pero cuya vulnerabilidad es su mejor máscara.
- Héctor, un hombre atrapado en la culpa de un accidente que lo persigue como un fantasma.
- Dante, empresario corrupto que justifica su vileza con frases como “los negocios son así”.
Nadie es inocente, pero tampoco enteramente culpable. Son seres grises, imperfectos, humanos. Y ahí radica el verdadero terror del relato: en el reflejo que devuelve el espejo. No hay demonios, ni monstruos en la sombra, solo decisiones cuestionables que, en otro contexto, podrían parecer comprensibles.
“No hay villanos en esta historia, solo jugadores con distintos niveles de desesperación.”
Pero también hay estrategias, engaños y máscaras que se caen a medida que las apuestas suben. Porque si algo demuestra Trujillo Sanz es que el juego no es solo de azar: es psicológico, despiadado y lleno de trampas.
Judith, la reina de la farsa: una estafa a la propia Muerte
El giro final es una obra maestra del engaño narrativo. Desde el principio, la historia nos invita a sentir empatía por Judith, la chica frágil, la víctima, la más joven de la mesa. Nos hace creer que está en desventaja, que el destino la ha tratado con crueldad, que merece una oportunidad. Pero la verdad es otra: Judith es una experta manipuladora, una estafadora que ha jugado con la Muerte más de una vez… y ha ganado.
La revelación es un golpe seco en el estómago. No hay justicia divina ni redención para los “buenos”. El premio es para la más astuta, la más cínica, la que sabe cuándo llorar, cuándo suplicar y, sobre todo, cuándo robarle la última ficha a un anciano despistado.
Porque así es la vida. O al menos, así es en el mundo de La última jugada.
Muerte con rostro infantil: el juego eterno de lo inevitable
No es casualidad que la Parca adopte la forma de una niña. Es un símbolo potente: la contradicción entre inocencia y fatalidad. Pero también una idea recurrente en el universo de Trujillo Sanz, donde lo sobrenatural no siempre es maligno, sino simplemente… inevitable.
El perro Zeta, su fiel guardián, añade un toque mitológico. Es un guiño a los canes infernales de la tradición, como Cerbero o los grim reapers de la literatura inglesa. No hay escapatoria posible, solo el juego. Un ciclo eterno donde algunos ganan tiempo y otros lo entregan sin remedio.
“La Muerte no se apresura. Solo observa. Porque tarde o temprano, todos perdemos la partida.”
Una historia breve, pero con ecos que resuenan
Uno de los puntos más debatidos sobre La última jugada es su extensión. Hay quienes creen que la historia merecía más desarrollo, más profundidad en sus personajes, más exploración de sus motivaciones. Pero tal vez esa sea la verdadera genialidad del relato: dejar con hambre, provocar la incomodidad de lo inacabado, de lo que apenas se intuye.
Después de todo, ¿qué historia sobre la Muerte debería sentirse completa?
Las conexiones con otras obras de Trujillo Sanz, como La guerra de los cielos o La prisión de Black Rock, enriquecen el relato sin hacerlo dependiente de ellas. Es un guiño para los lectores fieles, pero sin exigir un bagaje previo. La aparición de Judith en otras novelas la convierte en un personaje fascinante: una especie de ladrona de vidas, un espíritu escurridizo que siempre encuentra la manera de burlar lo inevitable.
La última jugada: un relato que te deja con la incertidumbre de si has apostado bien tu tiempo
Fernando Trujillo Sanz no necesita páginas interminables para dejar huella. En menos de cien, logra crear una atmósfera sofocante, personajes complejos y un dilema que nos persigue incluso después de cerrar el libro. Porque la pregunta clave no es quién ganó en la historia, sino qué haríamos nosotros si nos tocara sentarnos en esa mesa.
¿Jugaríamos con cautela, contando cada ficha con miedo?
¿Blufearíamos, apostando alto con la esperanza de que nadie se atreva a desenmascararnos?
¿O nos quedaríamos sin opciones, viendo cómo nuestro tiempo se desliza entre los dedos sin remedio?
Quizá la única certeza es que la Muerte siempre tendrá la última mano. Pero hasta entonces, la partida sigue.
[…] sabido moverse entre el thriller, la fantasía oscura y el terror con la precisión quirúrgica de Fernando Trujillo Sanz. Su nombre resuena entre los lectores de Kindle y más allá, demostrando que el éxito literario […]